Yo siempre fui una de esas personas que no creían en el
amor. Para mí era algo inventado por unos grandes almacenes, en un intento de
que compráramos compulsivamente algo para la persona a la que amamos. Todas
esas ideas se fueron de mi mente cuando lo conocí a él.
Era un día lluvioso en Londres y yo corría con un periódico
en las manos intentando no mojarme, esquivando a la gente. Como siempre, todos
me miraban pero yo seguí con mi camino hasta que choqué con alguien.
Levanté la vista del suelo y
mi mirada se cruzó con unos bonitos ojos marrones. Sonreí, y él también
lo hizo dejándome ver un bonito hoyuelo. Me protegió bajo su paraguas hasta
llegar a una cafetería.
Ese día comenzó una amistad que poco tiempo después se
convertiría en una historia de amor.
Éramos una pareja joven, a la que le gustaba pasar tiempo
juntos. Compartíamos gustos, manías y un extraño amor hacia los gatos. Las horas junto a él pasaban volando, nunca
imaginé que podría ser tan feliz.
Ahora todo esto, nuestra historia, está llegando a su fin.
Una maldita enfermedad se lo lleva de mi lado.
Llevamos dos meses en una habitación de hospital a la espera
de una cura, más bien un milagro, que ambos sabemos que no llegará. En todo
momento intento tener una sonrisa para él, pero ahora me es más difícil que
nunca.
¿Dónde queda esa vitalidad que siempre le caracterizó? ¿Y
ese brillo especial en sus ojos? Ahora se ha esfumado. Lo veo en esa cama y mi corazón se rompe en
mil pedazos, esto no le puede estar pasando a él.
Nuestras miradas se vuelven a cruzar, ambos sonreímos
levemente. Con su mano derecha hace un gesto para que me siente junto a
él, y yo le hago caso cogiendo su mano con
fuerza.
Mantiene sus ojos fijos en los míos, no dice nada. Los dos
sabemos que el momento de la despedida se acerca, aunque yo no lo quiera reconocer.
-Esto llega a su fin.
-No digas eso Tom, todavía nos quedan muchas cosas por
vivir.
-Quiero que seas fuerte, ahora lo tienes que ser más que
nunca.
-Lo seré.
-No quiero que llores por mí cuando ya no esté, recuerda siempre
los buenos momentos. Prométemelo.
Comienzo a llorar, veo como le cuesta cada vez más hablar y
no puedo seguir así. Con la poca fuerza que le queda, aprieta mi mano
haciéndome prometer todo lo que acaba de decir.
-Lo prometo.
-Se que será duro, pero tienes que salir y conocer gente
nueva. Seguro que encuentras a alguien mejor que yo.
-Eso es imposible.
-Tienes que saber que siempre estaré contigo, nunca te
dejaré sola. Allá donde vayas, yo estaré contigo.
-Te quiero.
- Yo también te quiero.
Me acercó más a él y beso sus cálidos labios, ahora más
fríos que nunca. Los dos sonreímos y nos separamos. Lentamente, sus ojos se van
cerrando y la habitación se inunda de un pitido.
Se ha ido para siempre, no quiero creerlo y le abrazo fuerte
con la esperanza de despertar de esta horrible pesadilla. Los médicos entran en
la sala y me separan de él. Lo miró por última vez y me despido gritándole un
te quiero.
Ya no está, se ha ido. Me siento sola en este mundo, pero
entonces recuerdo lo que me dijo, ‘’siempre estaré contigo’’. Algo dentro de mí
me hace saber que sus palabras eran verdad, ahora lo siento más cerca que
nunca. Él no me dejará sola.